Vicente Guerrero. Traición, Muerte y Reivindicación
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VICENTE GUERRERO. TRAICIÓN, MUERTE Y REIVINDICACIÓN.

 

Mtro. Carlos Betancourt Cid

nada me sería más degradante como el
confesarme delincuente y admitir el perdón que
ofrece el Gobierno contra quien he de ser
contrario hasta el último aliento de mi vida…
Vicente Guerrero.

 

Vicente Guerrero, incansable luchador por la independencia de México y segundo presidente de la República, murió fusilado el 14 de febrero de 1831, calificado por sus adversarios como un traidor a la patria.
Los últimos años de su vida estuvieron inmersos en la polémica. Ya desde su arribo a la primera magistratura, los problemas que tuvo que enfrentar fueron de gran calado. El propio proceso electoral que lo elevó al cargo estuvo rodeado de inconsistencias, lo que generó una disputa, que se resolvió a su favor mediante la famosa asonada de la Acordada. Desde entonces, su estrella como principal promotor de la emancipación comenzó a perder brillo, hasta convertirse para sus contemporáneos en un hombre fuera de la ley, al que se acusó de delitos de lesa nación.
Rodeado de enemigos, tuvo que sortear los difíciles avatares de la política siempre a la defensiva. Sin embargo, la fama y el prestigio que alcanzó por sus acciones en la gesta independentista, son suficientes para no demeritar su imagen en la actualidad, a pesar de los inconvenientes que padeció en el último tramo de su existencia.
Su periodo presidencial no cumplió el intervalo legal. Las intrigas en su contra resultaron tan exitosas que se logró destituirlo alegando incapacidad moral. Aunque se alzaron voces a su favor, como la del ilustre Andrés Quintana Roo, que propugnaban por considerar su administración como errada debido a su inexperiencia en responsabilidades gubernativas, la mayoría legislativa, con una clara tendencia a imponer el centralismo frente al federalismo que Guerrero defendía a capa y espada, logró su cometido. No le quedó más que retirarse a la vida privada.
Pero su alma guerrera no podía permanecer estática ante los embates de lo que consideraba injusto, por lo que al percibir que los nuevos gobernantes, con propensión al ala conservadora, se encargaban de desvirtuar el mandato que residía en la carta magna de 1824, tomó nuevamente las armas y se dirigió a la sierra a encabezar la resistencia.
Durante todo el año de 1830, al lado del general Juan Álvarez, participó activamente en las campañas que se efectuaron en la cercanía de sus tierras natales, que ocupan el actual estado que lleva su nombre. Su perseverancia y conocimiento de las lides de guerra, lo convirtieron en un verdadero dolor de cabeza para sus enemigos, por lo que se hizo necesario ejecutar un plan maestro para detenerlo, en el que la perfidia y la perversión fueron armas letales.
Es de sobra conocida la traición ejecutada por Francisco Picaluga quien, mediante engaños, condujo a su barco y puso preso al caudillo. Llamado como el primer testigo de la averiguación que se siguió por estos hechos, el marino genovés alegó que había tomado esa determinación en aras de proteger las mercancías que resguardaba en su navío y que Guerrero quería confiscar para soporte de sus tropas. La invocación a un abuso por parte del independentista, le daría pretexto para justificar la captura, pero las cosas no habían sucedido así. Con el tiempo se supo que el propio ministro de guerra, el general conservador José Antonio Facio, había planeado la felonía, que costó al erario la suma de 50,000 pesos, que fueron entregados a Picaluga una vez cumplida su nefasta tarea.
El plan comenzó su ejecución en Acapulco, acceso marítimo que las fuerzas rebeldes controlaban. Aprovechando la amistad que los unía, Picaluga invitó al notable insurgente a “tomar la sopa” a bordo del navío. Así lo declara el propio Guerrero en su comparecencia. Cuenta también que una vez finalizado el almuerzo y cuando ya se disponía a descender a tierra firme, fue sorprendido por varios sujetos, quienes actuaban bajo las órdenes del propio capitán de la nave. Recluido por la fuerza, se le trasladó a la cámara principal en calidad de detenido. Mientras, se levantaban las velas y se emprendía la travesía hacia las playas de Huatulco, en el actual estado oaxaqueño. En ese pequeño puerto, que se encontraba en manos del gobierno, y a bordo del Colombo, se llevó a cabo la primera indagatoria de los hechos. Además de Picaluga y Guerrero, varios testigos más fueron llamados a emitir sus vivencias al respecto. Es importante apuntar que las declaraciones resultaron contradictorias, por lo que es muy difícil que la verdad emerja claramente. Sin embargo, algunas luces son arrojadas por el testimonio que supone la diligencia. En primer lugar, habría que notar que no se realizó un careo entre el genovés y el protagonista de la independencia. Con toda seguridad se evitó para no hacer más engorrosa la decisión, que ya estaba tomada. Lo cierto es que este detalle probaría que la averiguación era solamente un pretexto para justificar el sacrificio de alguien que estorbaba en demasía para los planes de los conservadores.
La averiguación siguió su curso. Ya trasladado a la ciudad de Oaxaca, el “faccioso Guerrero”, como era reconocido entonces en la indagatoria ejecutada, no ignoraba cuál sería su destino. Así lo confirmó el consejo de oficiales, cuyos once votos, unánimemente, sentenciaron al acusado a ser pasado por las armas, lo que ocurrió en la ciudad de Santiago Cuilapa. Así, hincado, humillado y en calidad de traidor, se extinguió la vida de uno de los principales consumadores de nuestra independencia.
Empero, la realidad histórica no se puede ocultar fácilmente y siempre existen ciudadanos que la defienden con entereza. Valga sólo un ejemplo. Dos años después del atroz sacrificio, exactamente el 16 de febrero de 1833, en la Cámara de Diputados del estado de Oaxaca, tres legisladores locales presentaron una propuesta para reivindicar la figura del notable insurgente. Entre otras peticiones, lanzaron ante la tribuna un decreto para expresar que los restos mortales del valiente caudillo, por haber sido ultimado en territorio oaxaqueño, pertenecían “en propiedad” a la entidad. Además, se solicitaba que Cuilapa cambiara su denominación a Ciudad de Guerrerotitlán. Los nombres de los postulantes eran: Francisco Banuet, Joaquín Mimiaga y Benito Juárez.

Última modificación:
  Viernes 19 de febrero de 2021 14:50:22 por


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