El hombre a quien jamás le sucedió cosa alguna: Amado Nervo
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El hombre a quien jamás le sucedió cosa alguna: Amado Nervo

Por David Guerrero Flores
Investigador del INEHRM

Con toda intención, Amado recibió de su padre un nombre poético, al abreviar el apellido Ruiz de Nervo, para dejar solamente Nervo. El resultado jugó con las apetencias de un pseudónimo que, unido al talento del poeta, fue un estupendo aliciente para su carrera literaria, como el propio Amado comenta: “¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de Nervo ancestral!, o si me hubiera llamado Pérez y Pérez”.

Nació en Tepic, el 27 de agosto de 1870. Perteneció a una familia española de arraigo en San Blas. Amado fue el primogénito, tuvo cuatro hermanos y tres hermanas: Francisco, que murió niño, Francisco segundo, Luis, Rodolfo, Ángela, Elvira y Concepción. Vivió con devoción pueblerina los ritos, los milagros y las fiestas del catolicismo, al tiempo que aprendía las primeras letras en las modestas escuelas de la villa y tomaba lecciones con un músico ciego. Leía con deleite el libro segundo de Mantilla, así como las obras de Julio Verne. Ya por entonces escribía sus primeros poemas en los jardines y en los rincones de su habitación.

El 18 de julio de 1883, la familia Nervo se vistió de luto. El padre falleció cuando Amado tenía 12 años. A pesar de la ausencia, doña Juana se empeñó por impulsar la educación de sus hijos. Trasladó la familia a Zamora y los inscribió en el colegio de Jacona, considerado el mejor plantel educativo de la región. Amado cursó ahí parte de los estudios de preparatoria, para inscribirse en el Seminario de Zamora, en 1886. Inició la carrera de Derecho y después se inclinó por la teología y el sacerdocio. A punto de solicitar la tonsura eclesiástica, regresó a Tepic para aliviar los apuros económicos de la familia y comprender que la devoción religiosa había sido el producto de un arrebato emocional, en comparación con el disfrute y la hermosura del mundo, con sus paisajes y sus amores.

En 1892, Amado fue empleado de escritorio en una tienda de ropa, pero supo que ésta no era la actividad por la que había estudiado tantos años. Marchó a Mazatlán para probar fortuna en el periodismo y comenzó a publicar sus primeros artículos en El Correo de la Tarde. El puerto bullicioso, comercial y mundano, le pareció ajeno a sus expectativas, y por ello decidió hacer sus maletas en 1894, para viajar a la Ciudad de México, con la apariencia de un seminarista provinciano.

El talento le abrió las puertas en publicaciones como El Mundo Ilustrado, la Revista Azul, El Nacional y El Imparcial, donde publicó material diverso: crónicas de la vida urbana, cuentos, diálogos, narraciones humorísticas, comentarios de obras teatrales, reseñas literarias... y su magnífica especialidad: los versos. En la bohemia capitalina se relacionó con Luis G. Urbina, José Juan Tablada, Julio Ruelas, Jesús Valenzuela, Rubén Campos, Ciro Ceballos, Jesús Urueta, entre muchos otros. Repartía su tiempo entre la redacción, la crónica dominical, la cadencia de los versos, las traducciones del inglés y del francés, la asistencia al teatro y el trabajo docente.

A raíz de la publicación de su primera novela, El Bachiller, en 1895, el apellido Nervo comenzó a destacar en los círculos literarios de México. A su vez, Místicas y Perlas negras de 1898, lo caracterizaron como uno de los poetas jóvenes más destacados, con el tramado inusual de la inspiración religiosa. Poseedor de inquietudes diversas, concibió sus novelas Pascual Aguilera y El donador de almas, además de exhibir la zarzuela Consuelo en el Teatro Principal.

Acorde con su talento y con las vertientes artísticas de la época, Amado saltó de gusto en abril de 1900, al saber que Rafael Reyes Espíndola, dueño de El Imparcial y de El Mundo Ilustrado, lo enviaba como corresponsal de México en la Exposición Universal de París, Ciudad de la Luz y Meca de la cultura europea. En su itinerario recorrió Nueva York, Liverpool, Londres y, por fin, París. Allí encontró la fascinación de sus pares, sin dejar de cumplir con el encargo de remitir colaboraciones a México y reunir lo mejor de sus impresiones.

En París, Nervo se relacionó con la intelectualidad del momento. Conversó y disfrutó la bohemia al lado de Paul Verlaine y Jean Moréas, así como de los autores hispanoamericanos Leopoldo Lugones, Eduardo Talero, Luis Quintanilla y Rubén Darío; con este último estableció una amistad de por vida. En la Ciudad de la Luz dio a conocer su célebre poesía La Hermana Agua, que destaca, vibrante y cristalina, en el caudal de sus inspiraciones.

Amado se maravillaba de la vieja Europa, recorrió sus ciudades, deambuló por sus calles, libó en las tabernas, se arrobó en sus catedrales y leyó cuanto libro valioso tuvo en sus manos. Recorrió las ciudades de París, Basilea, Lucerna, Zurich y Munich. No obstante, en agosto fue despedido por Reyes Espíndola, quien lo acusó de enviar colaboraciones a otros periódicos mexicanos. Para su consuelo, los artistas y literatos que lo rodeaban le brindaron apoyo en forma de trabajos ocasionales, que le permitieron subsistir, no sin padecer privaciones y con la conciencia de vivir de regalado, merced a la inspiración y a sus buenas conversaciones.

Mas como no hay mal que por bien no venga, una tarde de tedio, sin una moneda en la bolsa, el poeta conoció al amor de su vida: Ana Cecilia Luisa Dailliez. Se encontraron frente a frente, de paseo por el barrio latino. La simpatía fue inmediata, pero dolida por las experiencias de su pasado, ella declaró: —Yo no soy mujer para un día.— Pues ¿para cuánto tiempo?— Para toda la vida. Y así fue, pues permanecieron juntos 11 años, hasta que la muerte les arrebató la dicha.

Antes de regresar a México, Amado Nervo decidió recorrer Italia: Roma, Florencia, Venecia, Milán; ahí contempló lo antiguo, lo renacentista y lo barroco del viejo continente, la inspiración y la estética del mundo occidental. Retornó a su patria con el halo de la celebridad y pronto lo siguió Ana Dailliez, con quien estableció su hogar en la calle de Loreto, muy cerca de la Escuela Nacional de Ciegos. En 1902, publicó El éxodo, Las flores del camino, Lira heroica y Los jardines interiores, al tiempo que colaboraba en la Revista Moderna, editada por Jesús Valenzuela, una publicación que se transformó en espejo de la renovación de la literatura nacional e hispanoamericana, que combinaba el naturalismo con la sensualidad y el amor, lo religioso con la introspección, lo onírico con el mundo real. La inserción en el modernismo colocó a Nervo entre los autores preferidos de México, situación que le abrió las páginas de periódicos y revistas, al tiempo que se desempeñaba como profesor de lengua castellana por la Escuela Nacional Preparatoria.

Un nuevo capítulo de su vida inició en julio de 1905, cuando se incorporó en el servicio diplomático como segundo secretario de la Legación de México en España y Portugal. A partir de entonces, abandonaría la lírica preciosista, de adorno y métrica exacta, para dar lugar a una poesía más honda y expresiva. Antes de su llegada oficial a Madrid, el 30 de agosto pudo admirar el inusual fenómeno de un eclipse total de sol, con el destello del “anillo de diamante”, tan bello como enigmático. De niño, Amado se interesó por la astronomía y de joven pasó noches enteras en el Observatorio de Tacubaya y en la azotea del astrónomo Luis G. León, en la calle de Cocheras núm. 2. Perteneció a la Sociedad Astronómica de México y en septiembre y octubre de 1904, dio lectura a su trabajo: “La literatura lunar y la habitabilidad de los satélites”, que nos descubre al hombre entusiasmado por los cuerpos celestes, con sus insondables secretos.

En Madrid recibió la noticia de la muerte de su madre, ocurrida el 12 de diciembre de 1905. En relación con su desempeño, Nervo combinó y equilibró hasta donde fue posible la gestión administrativa y cultural del puesto, con el disfrute de los círculos artísticos, los viajes intermitentes a París y la remisión de sus escritos a periódicos y revistas de España, México, La Habana y Buenos Aires. Durante su estancia en la península escribió algunas de sus mejores obras: En voz baja, Juana de Asbaje, Ellos, Mis filosofías, Serenidad, Los balcones, El diablo desinteresado, Elevación, El diamante de la inquietud, Una mentira, Un sueño y Plenitud.

A principios de la revolución maderista, Nervo esperaba un ascenso diplomático que nunca llegó. El 7 de enero de 1912, Ana Dailliez murió de fiebre tifoidea; cáliz de su ausencia fue la obra La amada inmóvil, publicada de manera póstuma en 1922. De Ana quedaron los recuerdos y la presencia de Margarita Elisa Dailliez, nacida en París el 7 de septiembre de 1900, a quien Amado cuidó como a una hija.

Los trastornos políticos de México ocasionaron que Amado Nervo perdiera provisionalmente el empleo. A partir de agosto de 1914 vivió con estrechez, en una Europa que experimentaba los sacudimientos de la Gran Guerra. Vivía de las regalías de sus libros y de colaboraciones periodísticas, especialmente en La Nación, de Buenos Aires. Fue en julio de 1916 cuando recibió un nuevo nombramiento como primer secretario de la Legación de México en España. Dos años después, era requerido en México. Para entonces habían transcurrido 13 primaveras y el poeta regresaba cubierto de gloria. Su calvicie era pronunciada, su complexión delgada y de su barba y bigote no quedaba ni sombra.

En agosto de 1918, Nervo aceptó un nuevo encargo como ministro diplomático en Argentina y Uruguay. Partió en noviembre y en su itinerario fue recibido con la mayor calidez y admiración en Nueva York, Montevideo y Buenos Aires. Sin embargo, los días se le acabaron, a la edad de 48 años. Después de amar y de escribir con el alma, la salud se le quebró por padecimientos estomacales y falleció en Montevideo, el 24 de mayo de 1919.

En una época especialmente sensible y renovada en sus valores, el traslado del cuerpo fue una marcha de homenaje y reconocimiento. El crucero “Uruguay” que lo transportaba, zarpó en septiembre y tocó los puertos de Río de Janeiro, Pernambuco, Trinidad, La Guayra, Kingston, La Habana, Progreso y Veracruz. A su llegada al puerto mexicano, el 10 de noviembre, fue saludado con 21 salvas. Miles de personas se congregaron para recibirlo al día siguiente: se trataba de funcionarios públicos, militares, diplomáticos, alumnos de las escuelas, miembros de las sociedades literarias y mucha gente común. Todo Veracruz desfiló por la capilla ardiente instalada en el Teatro Principal, para ver el ataúd y depositar ofrendas florales. Fue trasladado a la Ciudad de México en un tren especial y llegó a Buenavista el día 13. De nueva cuenta, la multitud se congregó para participar de la ceremonia luctuosa, presidida por cuerpos militares y funcionarios de las secretarías de Relaciones Exteriores y de Gobernación. Una larga procesión marchó por la avenida Reforma hasta la glorieta a Cuauhtémoc, donde el cortejo abordó el tranvía rumbo al Panteón de Dolores. Ahí Amado encontró reposo en la Rotonda de los Hombres Ilustres, el 14 de noviembre de 1919.

Ruptura estética e inspiración literaria; itinerarios y escritos sin cuento; poesía, novela, teatro, crónica, ensayo; amor y ocaso de la vida; felicidad y melancolía; ciencia y religiosidad; historia e introspección, aceptación y polémica, decoro y pobreza; América y Europa; todo esto lo vivió un hombre a quien jamás le sucedió cosa alguna.

Última modificación:
  Lunes 10 de junio de 2019 14:08:39 por


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